La calidad de las relaciones sociales puede influir significativamente en nuestro bienestar y en nuestra salud mental y física. Este es uno de los hallazgos más relevantes de las recientes investigaciones llevadas a cabo por psiconeuroinmunólogos y especialistas en neurociencia social. (House et al, 1988, Cacioppo et al., 2002; Cohen, 2004).
El bienestar psicológico se define de acuerdo a seis dimensiones: autoaceptación, propósito en la vida, crecimiento personal, relaciones positivas con otros, el control del ambiente y la autonomía (Colmenares, 2015).
Las relaciones sociales tienen tanto impacto sobre la salud física como pueden repercutir en la misma el tabaquismo, la actividad física o la obesidad (Holt-Lunstad, Smiths y Layton, 2010). El metaanálisis de 148 estudios longitudinales encontró un aumento del 50 % en la supervivencia en las personas que mantienen relaciones sociales sólidas, independientemente de la edad, del sexo, del país de origen, o de cómo se definieron tales relaciones. Estos y otros autores han explorado la cuestión acerca de cómo el tamaño y la composición de una red pueden influir en la salud. La amistad, el trato, la familiaridad, la comunicación, en sus aspectos cuantitativo y cualitativo, detentan poderosos efectos sobre la salud durante toda la vida.
Por otro lado, es interesante resaltar que los beneficios para la salud varían, naturalmente, en función del tipo de relación, así, el matrimonio, la amistad íntimas y el parentesco paternal o fraternal ofrecen, en general, funciones de protección de la salud (Burleson et al., 2013). Así, del mismo modo que los hijos son importantes fuentes de apoyo, o las relaciones con los hermanos aumentan en valor e importancia en la vida posterior (Blieszner, 2009), las amistades también conforman valiosas fuentes de bienestar.
Las relaciones positivas constituyen un considerable apoyo a la hora de adaptarnos a los eventos estresantes de la vida y fomentan, obviamente, la felicidad. Las relaciones negativas, sin embargo, son fuentes de conflictos que restan salud y bienestar y causan potentes efectos (Rook, 1998), especialmente las que tienen lugar en ámbitos familiares o amistosos.
En realidad, los intercambios sociales negativos pueden ser considerados un factor de estrés, y por tanto pueden desencadenar la liberación de hormonas de esta alteración que exige al individuo un rendimiento superior. Por esta razón, tanto las relaciones sociales propensas a conflictos como las decepciones recurrentes pueden contribuir a la desregulación de sistemas importantes del cuerpo, como el cardiovascular, el neuroendocrino o el inmunitario (Rook et al., 2007).
García et al., (2016) en sus recientes investigaciones, señalan cómo el sujeto joven gregario (tendente a la compañía) presenta correlaciones negativas con niveles de quimiotaxis (marcador del sistema inmunitario), señalando que los jóvenes cuyo carácter presenta mayor tendencia a la compañía pueden presentar mayores niveles de estrés oxidativo. Este resultado, en principio, sería contraintuitivo respecto a lo que cabría esperar, pero parece estar más acorde con lo que han señalado los autores recientemente mencionados, de manera que existen indicios prometedores que indican cómo las amplias relaciones sociales pueden estar «teñidas de intercambios sociales negativos o relaciones tóxicas», consideradas un tipo de factor de estrés.
Es interesante subrayar que las relaciones ambivalentes sirven como fuentes de intercambios positivos y negativos (Birditt et al., 2004), que comprometen el deterioro de la salud, ya que ha sido observable la tendencia a una elevada presión arterial y acortamiento de la longitud de los «telómeros» (un indicador de envejecimiento celular) (Uchino et al., 2012).
Cada vez existen más investigaciones que señalan cómo los genes y el ambiente intervienen en la velocidad de envejecimiento o edad biológica (De la Fuente, 2014). De hecho, esta autora indica que los genes pueden influir aproximadamente en un 25 % y los factores del estilo de vida (nutrición, ejercicio físico, mental, control del estrés) considerados como ambiente, pueden llegar a influir hasta en un 75 % en la velocidad de envejecimiento.
La epigenética estudia todos aquellos mecanismos NO genéticos (que no pueden explicarse en base a la secuencia genética de nuestro ADN) que alteran la expresión genética, y que, por ende, definen el fenotipo de un organismo; en general, conforman un compendio de mecanismos celulares que permiten explicar por qué somos como somos, o, por ejemplo, porqué gemelos univitelinos (genéticamente idénticos) pueden presentar un desarrollo completamente distinto o tienen distinta predisposición a patologías desarrolladas en función de su cuidado y protección en distintos ambientes o han tenido experiencias significativas diferentes . Así, científicos de todo el mundo estudian cómo los factores ambientales, que engloban tanto a nuestro medio ambiente como al «ambiente» de nuestras células, son el origen de patologías tales como el cáncer o de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. De hecho, el ambioma podría definirse como «el conjunto de elementos no genéticos (ej. medio en el que vivimos, circunstancias, alimentación, etc.) que rodean al individuo, que pueden ser cambiantes a lo largo del tiempo, y que junto con el genoma y el proteoma conforman el desarrollo y construcción del ser humano o pueden determinar la aparición o no de una enfermedad» (Mora y Sanguinetti 2004).
Las modificaciones epigenéticas se producen como consecuencia de procesos bioquímicos de metilación, desmetilación, desacetilación, etc., cuya actuación da lugar a la activación o inactivación de genes. Se trata, además, de procesos reversibles, por ejemplo, hay genes que en función del ambiente y de los procesos fisiológicos ocurridos en el organismo, pueden activarse y desactivarse continuamente, otros, sin embargo, pueden mantenerse inactivos la gran mayoría del tiempo, y otros pueden expresarse continuamente, todo dependerá del proceso biológico en el que estén implicados.
Resulta evidente por tanto, a la luz de estas investigaciones, que las relaciones sociales son una parte esencial de nuestro ambiente. Sabemos cómo las relaciones negativas o ambivalentes pueden ser consideradas como un factor estresante, entonces, si vamos un poco más allá, ¿qué podríamos pensar de las relaciones tóxicas o disfuncionales? ¿Y si además se trata de vínculos provenientes del ámbito familiar o de amistad? Por esta razón, destacaremos la importancia del desarrollo de algunos aspectos en función de las relaciones, bienestar y salud:
- Es importante contar con un riguroso conocimiento y conciencia de las recientes investigaciones que existen ya en el ámbito de las relaciones; tal y como acabamos de señalar, la influencia de las relaciones negativas podría ser tan importante para el bienestar y salud como el «no comer», «no hacer ejercicio», «fumar» o «tener un alto nivel de estrés».
- Intentar entendernos más es el primer paso para conocerse y, en definitiva, para ser más libres de la influencia ambiental, de las relaciones tóxicas o de nuestros genes. La Dra. Cardenal señala que aunque el destino es desconocido e incontrolable, no así, nuestra capacidad de actuación en el mismo y de modificación de lo que vamos viviendo. En la medida en la que vamos conociendo más sobre nosotros, vamos ampliando nuestro autoconcepto, cambiando determinados aspectos y dando más importancia o valor a otros: nuestro autoconocimiento va modificándose y la personalidad evoluciona. El contexto donde todo ello tiene lugar es el conjunto de condicionamientos sociales y familiares.
- Estos aspectos ayudaran a profundizar en ciertos interrogantes: ¿cómo podemos detectar si estamos implicados en una relación negativa o tóxica? A veces, no tenemos conciencia de lo tóxico o negativo que puede entrañar determinada relación porque estamos inmersos en una «ceguera» o en determinadas «creencias irracionales» que nos empujan, sin saberlo, a vincularnos de cierta manera; con frecuencia generamos distorsiones cognitivas que nos hacen justificar determinados tipos de relaciones que son fuente de estrés, desarmonía e infelicidad.
- Fundamental profundizar en los rasgos de personalidad y autoestima. Así, a modo de ejemplo, un rasgo fundamental podría ser: ¿cómo soy de asertivo/a en mis relaciones? De hecho, la asertividad juega un papel clave en este aspecto. Decimos que una persona cuenta con esta habilidad cuando es capaz de ejercer y/o defender sus derechos personales, como por ejemplo, decir «no», expresar desacuerdos, dar una opinión contraria y/o manifestar sentimientos negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, o sin manipular ni violar los derechos de los demás, como hace el agresivo.
Desde una perspectiva sistémica, holística, abordaremos en nuestro programa formativo de inteligencia emocional y su relación interdisciplinar con otras ciencias, el estudio del autoconocimiento, de la autoestima, de la autoconciencia, ya que se trata de una cuestión clave para acercarnos a la comprensión más profunda de nuestra individualidad, de nuestras relaciones, bienestar y salud. La formación en Inteligencia Emocional, Psicología Positiva y estudio de la Felicidad constituirá una herramienta sumamente eficaz para modular y regular nuestra conducta, relaciones, bienestar psicológico y salud.
Dra. Mercedes García
Directora del Instituto Psicobiológico
Qué importante es reflexionar sobre la calidad y no tanto sobre la cantidad de nuestras relaciones sociales. Interesantísimo artículo. Gracias!