SÍNDROME DE BURNOUT: “Síndrome del estrés crónico laboral”. “Síndrome del quemado”

La definición más aceptada en la actualidad es la propuesta por Maslach y Jackson en 1981; quienes consideran que el síndrome es una forma inadecuada de afrontar un estrés emocional crónico cuyos rasgos principales son el agotamiento emocional, la despersonalización y la falta de realización personal.

Agotamiento emocional: hace referencia a un sobreesfuerzo físico y psíquico por la interacción entre los compañeros y/o clientes/pacientes, especialmente por el hecho de estar diariamente expuestos a personas que hay que atender como objetos de trabajo. Puede conllevar menor implicación en el trabajo y calidad de respuesta, con un estado exhausto y déficit en la respuesta.
Despersonalización: estado que se pone de manifiesto en actitudes relacionadas con los usuarios/clientes/pacientes,  dando lugar a un incremento de la irritabilidad y pérdida de motivación. Puede dar lugar a un endurecimiento de las relaciones con un trato despectivo y  frio.
Falta de realización personal: se pierde la confianza en uno mismo, la autoestima es menor, la frustración es mayor y hay una manifestación de estrés a escala fisiológica cognitiva y de comportamiento.
Desde estos estudios  el desarrollo del “síndrome de quemarse por el trabajo” puede ser entendido como el resultado de un proceso en el cual el individuo intenta de manera fallida ajustarse al entorno laboral, teniendo dificultades para manejar adecuadamente sus emociones antes situaciones que él vive como adversas; especialmente el ambiente resulta un elemento desencadenante importante,  un  factor estresante, ya que los estudios señalan que se hace evidente la relación entre este síndrome y aquellos empleos que requieren un trato directo con personas.
Actuar de manera adecuada ante un factor estresante puntual  nos puede ayudar a cumplir objetivos o a evitar peligrosque pondrían en riesgo nuestra integridad física o psicológica;  además el  adecuado afrontamiento al estrés, nos ayuda a sentir sensación de eficacia, autorrealización, progreso, mejor autoestima tanto en el ámbito personal como profesional.  En cambio, el estrés crónico, tal y como señala Sapolsky y otros autores, nos enferma.

  • Lazarus, (1991), define el estrés psicológico como una relación particular entre el individuo y el entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar.
  • Colmenares (2015) señala que el estrés es uno de los factores que actúa como variable intermediaria en muchas de las relaciones entre la psicología, la conducta, el bienestar y la salud. Los estilos de vida de las personas, tanto si son aceptados como si son impuestos, influyen sobre todo en los sistemas que regulan nuestra alostasis. En los últimos años se han realizado un buen número de investigaciones cuyos resultados más destacados se pueden resumir del siguiente modo: la longitud de los telómeros y la actividad de la telomerasa son menores en personas que puntúan más alto en una Escala que evalúa el nivel de estrés percibido en el último mes (p. ej., por ocuparse del cuidado de personas con la enfermedad de Alzheimer), en personas que han sufrido traumas psicológicos en su vida, tanto en la infancia (p.ej., déficit de atención parental y maltrato), como en la edad adulta (p. je., violencia de género), en personas que han sufrido un trastorno de estrés postraumático, en personas con trastornos psiquiátricos debidos a estrés psicológico, en personas con un perfil elevado de pesimismo, en aquellas con estilos de vida de alto riesgo (p. ej., por mala dieta, por consumo de tabaco) y en personas que se desarrollan en un ambiente de bajo nivel socioeconómico (Lin et al., 2012, Epel, 2009; Entringer et al., 2012; Price et al., 2013; Puterman y Epel, 2012; Puterman et al., 2014.
  • García (2016) en sus recientes investigaciones en jóvenes españoles, señala la importancia del estrés como mediador entre la personalidad y la salud; para este estudio ha incluido una batería de ensayos inmunológicos y del sistema neuroendocrino in vitro, que reflejan la eficacia funcional de los grandes grupos celulares implicados en la respuesta del sistema inmunológico (neutrófilos, linfocitos y células Natural killer) y del sistema neuroendocrino (adrenalina, noradrenalina y dopamina y cortisol). La evaluación de esta actividad funcional ha permitido obtener un «perfil» inmunológico de la respuesta del individuo en una serie de indicadores que han mostrado una estrecha relación con la salud. Resulta verdaderamente interesante en esta investigación, como se ha podido observar claramente correlaciones positivas entre el estrés crónico del individuo joven y alteraciones fisiológicas, endocrinas e inmunitarias. Uno de los resultados correlacionales  observados en esta muestra de jóvenes fue como el desarrollo de la inteligencia emocional generaba una mayor autoestima emocional produciendo efectos moderadores sobre el estrés, de manera que inmunitariamente se reflejaba en un aumento de la capacidad citotóxica de las Natural Killer, lo cual se traduce en una mejor preservación de la salud; además se pudo observar como la vulnerabilidad al estrés (incapacidad para luchar contra el estrés) influía claramente en la disminución de la capacidad proliferativa del sistema inmunitario, generando menor  defensas inmunitarias.

Para comprender el alcance de estos resultados, se expondrá brevemente y de manera sencilla como el funcionamiento fisiológico ante el estrés emocional ya sea puntual o crónico conlleva un menor o mayor desequilibrio homeostático.

  • El sistema neuroendocrino (SNE), formado por las conexiones entre el sistema nervioso y el sistema endocrino juega un papel fundamental en la respuesta de estrés (Chrousos, 2009). Desde una perspectiva fisiológica, la percepción de amenaza por parte del individuo supone, en primer lugar, la activación del eje simpático-adrenal-medular (SAM). En líneas generales, este eje es el responsable de la clásica respuesta de ataque o huida, caracterizada por una dilatación de las pupilas, un aumento de la aceleración cardíaca y de la respiración, así como por una reconducción del flujo sanguíneo desde los órganos digestivos hacia los músculos esqueléticos (Glaser y Kiecolt-Glaser, 2014; Kalat, 2015; D. A. Padgett y Glaser, 2003). Las catecolaminas también interaccionan con otras áreas del cerebro y del sistema nervioso autónomo, a través los sistemas simpático y parasimpático, ofreciendo una vía de conexión entre las emociones y la respuesta de estrés (Glaser y Kiecolt-Glaser, 2014; D. A. Padgett y Glaser, 2003).
  • Además de la activación del eje SAM, la respuesta fisiológica de estrés también implica la activación del sistema endocrino, a través del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (eje HPA). La activación de este eje es ligeramente más lenta que la del eje SAM, y sus efectos también perduran más en el tiempo. La activación de este eje estimula las llamadas hormonas del estrés (p. ej., el cortisol), que afectan a varios tejidos a lo largo del cuerpo, entre los que se incluye el cerebro, el sistema cardiovascular y el sistema músculo-esquelético, con el objetivo de preparar al organismo para hacer frente a la amenaza (McEwen, 2007; Tsigos y Chrousos, 1994).
  • En general, las hormonas del estrés, particularmente los glucocorticoides, tienen efectos protectores a corto plazo, cumpliendo una función homeostática. Entre sus funciones se encuentra el apoyo para la conversión de las proteínas de reserva y la grasa corporal en recursos de carbohidrato inmediato, de manera que el organismo pueda obtener energía tras un periodo de actividad física intensa (p. ej., escapar de un peligro) (McEwen, 2000a).
  • Sin embargo, ante el estrés crónico la capacidad homeostática del eje HPA se deteriora, así los glucocorticoides pueden dañar el organismo, ya que producen un desequilibrio en la regulación de insulina, dando lugar al aumento de los depósitos de grasa corporal, así como a la acumulación de grasa en las arterias, aumentando el riesgo de enfermedad cardiovascular (Brindley, McCann, Niaura, Stoney, y Suarez, 1993; Brindley y Rolland, 1989). Asimismo, se ha postulado que la desregulación del eje HPA también es una fuente potencial de vulnerabilidad para el desarrollo de sintomatología psicológica asociada al estrés (p. ej., Yehuda, 2002).

En general, los individuos que perciben un elevado grado de satisfacción con su propia existencia suelen poseer una salud mental óptima, carente de estrés, depresiones, o alteraciones emocionales negativas (Undurraga y Avedaño, 1998). Remor señala que el «estudio del optimismo como recurso psicológico surge de la reformulación de la teoría de la indenfensión aprendida de Abramson, Seligman y Teasdale (1978), como una forma de explicar las respuestas de afrontamiento a los eventos negativos que les suceden a las personas en sus vidas. Postulando la existencia de dos estilos explicativos, el optimista y el pesimista» (p. 195). Consistente con estos resultados se ha encontrado que el optimismo también se relaciona con indicadores de una mejor salud y bienestar (Carver y Scheier, 2002).
Para concluir, es importante resaltar que tanto el conocimiento, como el desarrollo de habilidades que nos proporciona la Inteligencia Emocional (IE) es una herramienta sumamente eficaz para poder modular y regular el síndrome de Bornout.
Referencias

  • García M., Mercedes. Tesis Doctoral Personalidad, Bienestar y Salud en Jóvenes de 20 a 30 años (2016). Facultad de Psicología. Universidad Complutense de Madrid.
  • Maslach C, Jackson SE. The measurement of experienced. J. Occupational  Behavior 1981; 2: 99-113
  • Méndez Venegas J. Estrés laboral o síndrome de “burnout”. Acta Pediatrica de México 2004; 25(5):299-302.
  • Lazarus y S. Folkman. Estrés y proceso cognitivos. 1991

 
Dra. Mercedes García
Directora  INSTITUTO PSICOBIOLÓGICO

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