La inteligencia emocional fue definida por Daniel Goleman (1995) como «la capacidad para reconocer tanto nuestros propios sentimientos como los ajenos, de automotivarnos, y de manejar de manera positiva nuestras emociones, sobre todo aquellas que tienen que ver con nuestras relaciones humanas». Para este psicólogo, la inteligencia emocional es una forma de interactuar con el mundo, que tiene muy en cuenta los sentimientos, y en la que se engloban habilidades de la persona tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, o la agilidad mental.
Este concepto ha cuestionado desde su aparición la idea de éxito, capacidad y talento que se hubiera logrado hasta entonces, reafirmando que la inteligencia general era necesaria pero no suficiente para alcanzar la consecución de ese deseado éxito global, es decir, a nivel laboral, personal, emocional y social. Se concluyó, además, que era requerible para ello la inteligencia emocional.
Tales son los beneficios que se han encontrado en la evidencia empírica sobre la inteligencia emocional, que a día de hoy se considera un predictor importante en el bienestar psicológico general de las personas y del éxito en la vida. En el lado opuesto, su no formación o entrenamiento puede ser causa de depresiones, trastornos alimentarios, o delincuencia. En definitiva, una excelente formación académica no nos garantiza el éxito si el individuo no tiene una buena educación emocional.
Tal y como apuntan Rafael Bisquerra y Pablo Fernández: importante que la educación emocional no solamente provenga de la escuela sino que se debe dar desde incluso el embarazo del niño». Durante el embarazo, si la madre está atravesando por una etapa de estrés, se genera una hormona esteroidea denominada cortisol, con capacidad para llegar a la placenta mediante el cordón umbilical cuyos efectos a largo plazo en el feto serían negativos.
Nuestro primer contacto con el mundo es afectivo. Ya durante el embarazo y los primeros meses de vida del recién nacido, el niño va adquiriendo impresiones sobre lo que le rodea, sobre todo mediante la interacción con sus principales figuras de apego (padre, madre, abuelos, hermanos, etc.). Este patrón de comportamiento lo utilizará en las siguientes experiencias afectivas y por consiguiente marcará su evolución tanto intelectual como afectiva. Abarca, Marzo y Sala afirmaron precisamente, en 2002, que la mayor parte del desarrollo emocional, debido a la mayor plasticidad neuronal, sucede en los primeros años de vida hasta la pubertad. Si bien, ha de considerarse la adolescencia como una etapa en la que no se puede abandonar enseñanza ya que es crítica para el individuo. A partir de ahí, lo recomendable es un mantenimiento formativo con objeto de enriquecer los niveles cognitivo y afectivo.
Por lo tanto, es primordial que aumente la sensibilización por el valor de una formación continua e implantación de programas de educación emocional. Este carácter permanente de la formación será imprescindible para establecer la educación emocional, ya que si actuamos puntualmente cuando existe un problema o una necesidad concreta, no contaremos con la efectividad de la misma a medio-largo plazo.
Mediante la educación emocional se potencia el desarrollo de las competencias emocionales, como elemento esencial del desarrollo integral de la persona, con objeto de capacitarla para afrontar mejor los retos que se le plantean en la vida cotidiana (Bisquerra, 2003).
El Informe Delors (UNESCO, 1996) reconoce que la educación emocional es un complemento indispensable en el desarrollo cognitivo y una herramienta fundamental de prevención, ya que muchos problemas tienen su origen en el ámbito emocional. Por tanto, el objetivo principal de la formación a la que hacemos referencia es ayudar a las personas a descubrir, conocer y regular sus emociones, y a incorporarlas como competencias.
La educación emocional es, en definitiva, un elemento primordial para que cualquier individuo, desde el embarazo, pueda adquirir las habilidades necesarias para desarrollarse óptimamente a nivel social, emocional y profesional. Por todo lo comentado en este artículo y por los beneficios que ello conlleva, consideramos de gran importancia el aumento en la sensibilización de formación y entrenamiento en educación emocional.
Referencias
- Abarca, M., Marzo, L. y Sala, J. (2002). La educación emocional en la práctica educativa de primaria. Bordón, 54, 4, 505-518.
- Bisquerra, R. (2001). Orientación psicopedagógica y educación emocional en la educación formal y no formal. @gora Digit@l. Revista Científica Electrónica, 2. (Recuperado de http://rabida.uhu.es/dspace/bitstream/handle/10272/3448/b15760364.pdf?sequence=1).
- Bisquerra, R. (2003). Educación emocional y competencias básicas para la vida. Revista de Investigación Educativa, 1, 21, 7-43.
- Goleman, D. (1995). Emotional intelligence: why it can matter more than IQ. Nueva York: Bantan Books (Edición española: Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós).