El Máster 2018-19 en Inteligencia emocional, Psicología positiva, Neurociencia, Coaching y Felicidad del Instituto Psicobiológico dio comienzo con su jornada formativa presencial inaugural en Robledo de Chavela el fin de semana del 20-21 de octubre, y el encargado de abrir el programa fue Santiago L., colaborador honorífico del centro y experto en programas de entrenamiento de la Inteligencia emocional.
Con su seminario ‘Conducta inteligente, alineación en valores e introducción a la Neuroeducación’, Santiago L. ha expuesto conceptos, ideas y teorías importantes que se irán desarrollando en profundidad a lo largo del curso, así como ha presentado a algunos de los autores más relevantes que forman parte del equipo docente y la bibliografía del Máster, como los catedráticos Antonio Damasio y Francisco Mora.
En su formación, Santiago L. ha incidido en el significado y el sentido de palabras como ‘inteligencia’, ‘emoción’, y además ha esbozado las múltiples clasificaciones y definiciones que propone la vasta investigación científica. Así, el primer seminario de Santiago L. sirvió para contestar a preguntas como: ¿Existen diferentes tipos de inteligencia? ¿Un alto CI (coeficiente intelectual) garantiza tener conductas y tomar decisiones inteligentes? o ¿Por qué las personas inteligentes pueden tener comportamientos estúpidos?
¿Qué favorece o entorpece la Inteligencia?
A estas cuestiones, ya han respondido relevantes autores como Robert J. Sternberg, Howard Gardner o Antonio Marina. La tradición platónica y el auge racionalista cartesiano han relegado a la emoción y los sentimientos a un segundo plano, pero, como veremos en el Máster en Inteligencia emocional multidisciplinar, se ha consumado la reconciliación entre emoción y cognición, y por lo tanto no podemos hablar solamente de un tipo válido de Inteligencia –hasta ahora la cognitiva, la que marca el CI–.
El propio Gardner desarrolló a principios de la década de los 90 –de forma paralela al nacimiento científico de la Inteligencia emocional– la conocida teoría de las ‘inteligencias múltiples’ (1993), es decir, la ramificación de la Inteligencia de los seres humanos en la Inteligencia lingüística, la lógico-matemática, la musical, la cinético-corporal, la intrapersonal y la interpersonal. Así lo expresa Howard Gardner en su obra La inteligencia reformulada. Las inteligencias múltiples del siglo XXI: “Una persona que puede emplear conjuntamente varias inteligencias de una manera adecuada tiene más probabilidades de ser sabia, porque hace que intervengan más facultades y factores en la ecuación” (1999).
La Inteligencia práctica, la analítica y la creativa es la clasificación que propone Robert J. Sternberg y su teoría triárquica, y dice en su obra ¿Qué es la Inteligencia? que la esencia de la Inteligencia es “proporcionar los medios para gobernarnos a nosotros mismos, de modo que nuestros pensamientos y nuestras acciones sean organizadas, coherentes y adecuadas, tanto a nuestras necesidades internas como a las necesidades del medio ambiente” (Sternberg, 1986, 1997).
No menos importante es la que se ha denominado como Inteligencia ejecutiva, que ejerce una suerte de rol coordinador sobre el resto de inteligencias. El filósofo y catedrático José Antonio Marina, uno de los que más ha teorizado sobre esta Inteligencia ejecutiva junto con Elkhonon Goldberg, explica que “desde múltiples campos de investigación emerge la idea de la Inteligencia ejecutiva, que organiza todas las demás y tiene como objetivo dirigir bien la acción (mental o física), aprovechando nuestros conocimientos y nuestras emociones”, y va más allá: “El fracaso de la inteligencia ejecutiva está presente en los grandes problemas que preocupan a la sociedad: las conductas impulsivas, la agresividad no controlada, el consumo de drogas (…) y gran parte de los fracasos educativos” (2012).
El catedrático portugués Antonio Damasio, sobre el alcance de las funciones ejecutivas y la implicación de las emociones, señal que, “en el ámbito emocional, los procesos ejecutivos confieren coherencia al comportamiento afectivo y modulan las emociones y las actitudes hacia los objetivos del mundo exterior (Damasio, 1994).
¿Qué obstaculiza una conducta inteligente?
Precisamente, tener una deficiente Inteligencia ejecutiva puede ser un impedimento palmario, así como padecer la “ignorancia supina” (ausencia de determinados conocimientos esenciales, y por lo tanto pobre capacidad de discernimiento), una inadecuada educación en valores, las emociones intensas (miedo, ira, soberbia, celos, etc.) y tener rasgos ‘negativos’ muy marcados del carácter como la impulsividad, la impaciencia o la intolerancia. Igualmente, las distorsiones cognitivas, las creencias irracionales o la inflexibilidad cognitiva, temas que el propio Santiago L. desarrollará en un seminario venidero, se convierten en otro gran obstáculo para la conducta inteligente. Y en todos estos procesos, tiene mucho que decir nuestro cerebro, y tiene mucho que decirnos la Neurociencia.
Introducción a la Neuroeducación
La jornada formativa del experto también ha servido para presentar autores y conceptos centrales del Máster, como es la Neuroeducación y uno de sus principales defensores, el catedrático Francisco Mora, nueva incorporación para el Máster 2018-19 del Instituto Psicobiológico junto a Antonio Damasio. El Dr. Mora define la Neuroeducación como la “aplicación de los conocimientos sobre cómo funciona el cerebro integrados con la psicología, la sociología y la medicina, en un intento de mejorar y potenciar tanto los procesos de aprendizaje y memoria de los estudiantes, como enseñar mejor en los profesores (…) Incluye ayudar a detectar procesos psicológicos o cerebrales que puedan interferir con el aprendizaje y la memoria con la educación”.
En esta teoría de la Neurociencia moderna, desempeñan un rol clave las emociones. “Su papel es esencial, pues (las emociones) facilitan la grabación en la memoria de los sucesos que vivimos y crean conexiones con recuerdos previos, lo que nos ayuda a retenerlos y evocarlos con más facilidad” (Rojas Marcos, 2012). El catedrático Francisco Mora indica que “las emociones son un ingrediente básico de los propios procesos cognitivos”, y respecto a esa función esencial para retener en el cerebro los sucesos y conocimientos, destaca que el binomio emoción-cognición es “indisoluble”, y que “no hay pensamiento sin el fuego emocional que lo alimenta” (Mora, 2017).