CEREBRO, MENTE Y CONSCIENCIA. La paz interior se aprende y se entrena desde la consciencia

¿Cuántas veces utilizamos estas tres palabras como sinónimas? ¿Lo son en realidad? ¿Perder la consciencia es perder la mente? ¿Deja de funcionar el cerebro por ello? ¿Soy mi mente? ¿Soy algo que “habita” mi cerebro o soy una creación de él? ¿Mi consciencia es fidedigno espejo de la realidad o habito un mundo único creado por mi mente única?

Estas preguntas, y otras parecidas, desde hace décadas traen de cabeza a nuestros científicos, lindando no pocas veces aspectos filosóficos o incluso metafísicos. Nos falta mucho por conocer sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, pero ya sabemos algunas cosas que pueden ayudarnos a responder algunas de esas preguntas.

El cerebro es un órgano físico, biológico, blando y superirrigado, como de kilo y medio de peso, compuesto por miles de millones de neuronas; algunos científicos las cifran en 86000 millones. Si además tenemos en cuenta que una sola neurona puede tener entre 5000 y 200000 conexiones con otras neuronas lo que tenemos es prácticamente un océano infinito de comunicaciones. Gracias a este ingente número de comunicaciones entre nuestras neuronas podemos percibir, sentir, pensar, emocionarnos, soñar, recordar, hablar, aprender, razonar, movernos, mantener nuestra temperatura, hacer la digestión, etc. Estas son unas cuantas funciones de nuestro cerebro, faltarían docenas de ellas; podemos darnos cuenta de algunas, pero otras se realizan no sólo al margen de nuestra voluntad (automáticamente) sino desde nuestra más absoluta ignorancia de lo que está ocurriendo.

Podríamos, entonces, definir la mente como esa colección o combinación de funciones que desempeña nuestro cerebro, interrelacionadas entre sí, y la consciencia como un estado específico de la mente que hace que me dé cuenta de que mi mente está funcionando. En cualquier caso, si repasamos la literatura al respecto, la precisión en estas tres definiciones se hace compleja y llena de matices. Nuestro cerebro es también emocional y social.

El inconsciente y la creencia del “yo” real

Pero todos tenemos una idea muy clara y vivencial de lo que es la consciencia y la inconsciencia. Y todos sabemos de la inmensa cantidad de procesos, incluso de decisiones y sentires, que tiran de nosotros desde el inconsciente. Uno de ellos, de los que con más fuerza tira es el ego.

Sin entrar en disquisiciones y teorizaciones psicoanalíticas o transpersonales, que nos llevarían media vida, hablando en lenguaje muy coloquial, el ego es esa construcción mental que yo he hecho de mí misma, que me parapeta, a la que me aferro inflexiblemente, sin la que me siento desnuda frente al mundo y vulnerable. Es ese “yo” que quizá construí yo, o quizá mis circunstancias, que no soy yo en esencia, pero que, desde mi inconsciente, me hace creer, a mí y al mundo, que sí soy.

 

Conocerse nos hace sabios

En palabras de Claudio Naranjo, psiquiatra y escritor chileno que se convirtió en uno de los pioneros y máximos referentes de la psicología transpersonal: “Conocerse a sí mismo es conocer al falso ser, a ese idiota que llevamos dentro que constantemente nos hace sufrir. Cuando uno logra verlo, está comenzando a hacerse sabio.

Es duro el autoconocimiento, pero es importante saber lo que uno experimenta, tener conciencia de lo que se siente. Es sanador tomar conciencia de la agresividad inconsciente, del dolor y del miedo inconsciente. Para sanar el odio, que es una plaga generalizada, inseparable del deseo, de la codicia, de la necesidad neurótica de más, es necesaria la aceptación sincera de esos sentimientos en uno.”

 

La trampa del ego

“El idiota” que llevamos dentro, que desde el inconsciente nos guía, nos obliga, nos tiraniza y sistemáticamente traiciona nuestra esencia haciéndonos sufrir, a nosotros y a los nuestros. Eso es el ego. ¿Podremos desde ese ego encontrar nuestra esencia, si precisamente el ego se la comió? Pretenderlo no es más que engordar al idiota. Ahí está la trampa. Buscar desde el ego la paz, la autorrealización, la felicidad, la armonía, el sentido de la vida, es estéril por definición; es una espiral de insatisfacción que no pocas veces acaba en esa sensación de vacío existencial, de infelicidad absoluta, que llena las consultas de nuestros psicólogos y psiquiatras.

Pero no se trata de obsesionarse, nuestros automatismos inconscientes son de lo más útil y adaptado. Lo que funciona y nos deja ser quienes queremos ser, bien está. No hay que tocarlo. Quizá no podamos, incluso no debamos, luchar por esa consciencia absoluta 86.400 segundos al día. Eso nos generaría ansiedad e insatisfacción vital; sería peor el remedio que la enfermedad. Si estás satisfecho y a gusto contigo mismo, con tu vida, si ya tienes suficientes momentos de serenidad contigo mismo y tu ser funciona, adelante. Si sientes el equilibrio, no necesitas más.

Otra cosa es que no lo sientas, que te acucie la necesidad de “algo” a lo que ni siquiera sabes ponerle nombre, que haya algún aspecto en tu vida que no te haga sentir a gusto en tu piel. Entonces sí, necesitas un cambio, muy seguramente desde tu interior, que solo podrás hacer desde la consciencia.

 

Los cambios solo se pueden hacer desde la consciencia

A ser consciente se aprende, a darse cuenta, a minimizar el ego, a fortalecer la propia esencia. Desde los nuevos paradigmas de inteligencia emocional, hasta la práctica del mindfulness, pasando por el cuidado de las conexiones entre nuestros sistemas nervioso, endocrino e inmune, podemos entrenarlo.

La paz interior que todos vamos buscando también se aprende y se entrena desde la consciencia.

Dra. Pilar Martín en colaboración con el Instituto Psicobiológico

Te proponemos una formación del Instituto Psicobiológico relacionada con esta temática

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