Los alumnos del Máster en Inteligencia emocional multidisciplinar y transversal del Instituto Psicobiológico han tenido una primera aproximación a un apasionante campo científico como es la Neurociencia, de la mano del catedrático de Psicobiología (UCM) Manuel Martín-Loeches, que fue el encargado de abrir la segunda Jornada Formativa presencial en Robledo de Chavela con su seminario ‘Emoción y cognición: el encuentro y la reconciliación’.
¿Por qué reconciliación? El Dr. Martín-Loeches es contundente en su revisión histórica: “Las emociones han estado relegadas por la ciencia y la Psicología, a un segundo plano, considerándolas como algo animal del ser humano”. Hoy nadie puede disociar la emoción del cerebro.
El catedrático de Psicobiología (UCM), ante un alumnado nuevamente muy participativo y mostrando un gran interés por los contenidos transmitidos, realizó un recorrido por la historia, prestando atención al peso que han tenido las dos partes de la dualidad emoción (sentimiento) – cognición (inteligencia) desde los tiempos de la Grecia clásica hasta nuestros días, momento en el que la Neurociencia ha contrastado esa asociación obligada entre ambos espectros.
Pero para llegar a este momento, el mundo de las emociones no ha tenido precisamente muchos defensores (científicos). “Nunca se les ha prestado la importancia que realmente tienen, y se las ha considerado algo muy ajeno a la cognición, a la mente”, explica el Dr. Martín-Loeches, y añade que “esa perspectiva ya ha cambiado, y ahora se les otorga un papel esencial en la Psicología Cognitiva, incluso mayor que el de la cognición”.
Conceptos a diferenciar
El catedrático quiso clarificar algunos conceptos para diferenciarlos, empezando por la emoción, entendidas como “respuestas discretas a eventos externos o internos que tienen una particular relevancia para el organismo, y normalmente de corta duración”, desde segundos (o milisegundos incluso) a minutos. No confundir las emociones con los sentimientos, que vendrían a ser la “representación subjetiva de las emociones (experiencia emocional)”.
Estirando la línea temporal, entraríamos en el campo de los estados de ánimo, que son “estados afectivos de generalmente mucha mayor duración que las emociones, y también menos intensos” –días incluso semanas–. Si estos estados se prolongan durante meses o años, “ya estaríamos hablando de trastornos psicológicos” (un ejemplo claro sería la depresión), y si duran toda la vida, se hablaría de rasgos de personalidad. El denominador común de todos ellos: “Siempre subyace la emoción”.
Clasificación sin consenso
¿Cuántas emociones afectan al ser humano? No hay una respuesta definitiva, universal. Así, como señala el Dr. Martín-Loeches, “hay tantas clasificaciones como autores”, que incluyen asimismo las categorías de emociones básicas y complejas. Una de las más utilizadas y con mayor consenso científico es la clasificación que propuso Paul Ekman –a principios de la década de los 70– de emociones básicas (cada una de ellas con sus expresiones emocionales discretas): ira, tristeza, disgusto, sorpresa, miedo y felicidad.
No obstante, hay que tener en cuenta que la complejidad del mundo emocional da lugar a emociones “solapadas” o “simultáneas”, como pudieran ser los celos o la envidia. “Si no hay un acuerdo en el número de emociones básicas, mucho menos en lo que respecta a las complejas”, afirma Martín-Loeches, que también ha destacado a otros autores como Robert Plutchik y su rueda de ocho emociones básicas organizadas en pares contrapuestos –desde emociones básicas e intensas como la ira o el miedo a otras complejas como el optimismo o el remordimiento–, o James Russell, autor que diferencia las emociones según su valencia (placentero y no placentero) y activación, dando lugar a 16 emociones básicas.
Darwin, precursor
Desde la época clásica, pasando por el medievo, el Renacimiento y buena parte del siglo XIX, grosso modo ha prevalecido en la ciencia y el positivismo una perspectiva estoica de las emociones, considerándolas un “obstáculo para la razón”. Y fue Charles Darwin uno de los pioneros en situar las emociones donde se merecen mediante su obra –muchísimo menos conocida que su famoso El origen de las especies (1859)– La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), donde el naturalista inglés “ya avanza algunas preguntas esenciales, como ‘para qué están las emociones, qué sentido tienen’, y llega a la conclusión de que éstas tienen una función biológica”.
Saltando a nuestros contemporáneos, además de otros importantes autores que ya conocemos como John Mayer y Peter Salovey, e incluso Daniel Goleman, destacan en el estudio emocional a nivel neurocientífico los autores Joseph E. LeDoux o Antonio Damasio –ambos del equipo docente del Máster en Inteligencia emocional multidisciplinar del Instituto Psicobiológico–, referentes mundiales en la investigación de la circuitería emocional del cerebro.
Los ‘hubs’ emocionales del cerebro
Al margen de las miles de incógnitas que flotan alrededor del conocimiento del funcionamiento del cerebro –pese a los avances logrados–, ha quedado sobradamente demostrado cómo áreas muy determinadas de nuestro cerebro operan a pleno rendimiento en los procesos emocionales, muchos de ellos a modo de nodos o ‘hubs’.
El Dr. Martín-Loeches explica que la región emocional por excelencia en esta extraordinaria maquinaria neuronal es la amígdala, diminuta en tamaño en comparación con otras áreas, y un perfecto ejemplo de hub de redes cerebrales. Precisamente, esta interconexión máxima entre regiones del cerebro es la que lleva a muchos autores a “concluir que lo cognitivo y lo emocional son inseparables”.
Además de la amígdala, tendríamos otras zonas igual de importantes a nivel emocional como el córtex cingulado anterior, la corteza orbitofrontal, la corteza prefrontal ventromedial, el núcleo accumbens o el hipotálamo. Éstas serían las regiones principales, pero se reconocen otras extendidas como el córtex cingulado posterior, el hipocampo, la corteza somatosensorial o la prefrontal.